Artículo original de Diana Valimanya, publicado en marfanta.com
Esta semana, después de un trabajo intenso con una visión al futuro de nuestro territorio, he tenido el placer de compartir momentos con gente muy firme; con un gran potencial y estima por el territorio, unidos por un proyecto de futuro. Repasando todo lo expuesto estos días, me viene a la cabeza una parte esencial de este proyecto: la visión que lo impulsa, una visión que no sólo nace del aprecio por el territorio, sino también de una profunda comprensión de lo que significa planificar para el futuro.
Uno de los pilares de esta visión es una figura que ha sabido canalizar esta energía e inspirar a los demás a trabajar en conjunto. Se trata de un hombre admirable, el señor Bartomeu, que ha sido el motor de este proyecto. Su capacidad para mirar más allá del presente, su compromiso y su habilidad para liderar con un enfoque que abarca tanto las necesidades inmediatas como las del futuro, lo convierten en un referente para todos los implicados. Su visión estratégica no sólo está orientada a la preservación del territorio, sino también a la creación de condiciones que permitan un desarrollo sostenible y equilibrado a largo plazo.
Como la catedral que se construye con paciencia y dedicación, este proyecto que hoy estamos diseñando bajo el liderazgo del señor Bartomeu. Y el señor Xavier R., no es sólo para el presente, sino también para las generaciones futuras. Es una obra que trascenderá el tiempo y que deja una huella positiva para todos aquellos que llegarán después de nosotros.
«Todos tenemos un cerebro nube de azúcar, que se puede obcecar con deseos y recompensas a corto plazo. Pero también tenemos un cerebro bellota que nos permite imaginar futuros lejanos y trabajar en objetivos a largo plazo»
Así ha empezado todo; reflejando la dualidad entre el deseo inmediato y la capacidad de trabajar por objetivos a largo plazo. Una forma de expresar la tensión entre lo que nos impulsa a buscar gratificaciones rápidas (la «cerebro nube de azúcar») y lo que nos permite planificar y persistir en el tiempo (el «cerebro bellota»).
Vivimos en una sociedad donde la tensión entre los deseos inmediatos y la necesidad de una visión a largo plazo se hace cada vez más palpable. Nuestro cerebro está modelado para desear recompensas rápidas, pero también tenemos la capacidad de planificar a largo plazo y trabajar por objetivos duraderos. Esta dualidad se manifiesta en la lucha entre los «propulsores del corto plazo» y las «maneras de pensar a largo plazo». Un combate entre la inmediatez y la reflexión profunda, entre la apetencia por aquello que es instantáneo y la responsabilidad de planificar nuestro futuro y el de los demás.
La clave para afrontar esta lucha radica en encontrar un equilibrio, aprovechando los momentos de cambio para transformar nuestras vidas y la sociedad en general.
Los «propulsores del corto plazo» son fuerzas que nos llevan a centrarnos en el momento presente y en soluciones inmediatas. Uno de los principales factores es la tiranía del reloj, que nos obliga a ver el mundo a través de un enfoque que prioriza lo que se puede alcanzar rápidamente, limitando nuestra capacidad de pensar a largo plazo. La distracción digital, con las redes sociales y notificaciones, fomenta una cultura de gratificación instantánea, minando nuestra atención y la reflexión profunda.
En el ámbito político, el presentismo lleva a un miopismo electoral, donde se priorizan las soluciones rápidas para ganar elecciones, sin considerar las consecuencias futuras.
Las maneras de pensar a largo plazo nos ofrecen alternativas fundamentadas en responsabilidad y visión profunda. La humildad del tiempo profundo nos recuerda que somos efímeros en el tiempo cósmico, y nos anima a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras acciones para las generaciones futuras. La mentalidad de legado nos impulsa a dejar una herencia no sólo material, sino también cultural, moral y ecológica, beneficiando a aquellos que vendrán después de nosotros. La justicia intergeneracional destaca la importancia de tener en cuenta las necesidades de las generaciones futuras, siguiendo el principio de la «séptima generación futura» para garantizar decisiones responsables a largo plazo.
La imagen de la gota que penetra lentamente y transforma la tierra me recuerda profundamente al equipo dirigido por don Bartomeu y al señor alcalde de La Ràpita. Como aquellos que riegan la tierra con paciencia, sin ellos, este proyecto no hubiera nacido nunca. Su liderazgo ha sido como aquel riego constante, discreto pero esencial, que nutre y revitaliza las raíces de un sueño común, hasta que de repente, en un momento inesperado, algo nuevo brota.
Son ellos quienes, con su perseverancia y su coraje, han mantenido viva la chispa de un proyecto que parecía, en muchos momentos, estar en la sombra, sin la visibilidad que merecía. Pero, al igual que la tierra que se riega, este proyecto ha sido alimentado de forma invisible, en un proceso silencioso, lleno de trabajo y de dedicación. Sin ellos, nada de este crecimiento hubiera sido posible. Su paciencia, su amor por lo que hacen, su capacidad de confiar en el tiempo necesario para ver los frutos de su trabajo es lo que ha hecho que todo esto sea una realidad.
Como la semilla que se hace visible después de haber estado profundamente arraigada, su trabajo ha creado condiciones para que, poco a poco, todo el potencial latente se abra al mundo. Sus esfuerzos, a pesar de ser silenciosos, han sido el impulso que ha permitido que lo que era invisible, incluso a ojos indiscretos, se convierta en algo palpable, algo que perdurará más allá de su tiempo.
Como ebrencs, debemos sentirnos afortunados de que hay personas como el señor Bartomeu y el señor Xavi, y muchos otros, que velan por nuestro territorio, trabajando desde la discreción y con una pasión inconmensurable por lo que realmente importa. A menudo, el valor de este trabajo es invisible a los ojos apresurados, sin embargo, si nos detenemos y somos capaces de mirar alrededor, con paciencia y una mirada sincera, veremos cómo este sueño común se materializa delante nuestro.
Quizás, si nos tomamos el tiempo de buscar lo esencial en los rincones de nuestra tierra, encontraremos las respuestas que nos conectan con nuestro pasado, nuestro presente y el futuro que estamos construyendo juntos. Esta es la fuerza de nuestra comunidad, de la complicidad en la que nos unimos para hacer realidad este proyecto. Si buscamos con el coraje y la paciencia que nos hacen falta, descubriremos que la magia ya está en marcha y que cada pequeño gesto, cada detalle, suma para conseguir un impacto que va más allá de nuestro tiempo.
La respuesta está en la tierra, en las personas que la atisban y a las decisiones que tomamos juntos.